Aún no se ha mudado a vivir a La Moncloa pero acaba de dar el «sí» a una medida que esperaba poder evitar. La subida del impuesto del IRPF. Y le ha desagradado en extremo. Rajoy dice de sí mismo que es una persona «muy previsible» y lo lleva muy a gala. Lo destaca como una cualidad. Y elevar la fiscalidad es justo lo que dijo durante su campaña, una y otra vez, que no haría. «Pero es absolutamente imprescindible, no queda otra opción», ha explicado a sus ministros.
Como buen registrador de la propiedad, Rajoy es un hombre de procedimientos, de reglas claras y cartas sobre la mesa. «Subir los impuestos es una política en la que no creo», reconoce. Pero se repite que no hay opción. Hay que deglutir una desviación de más de 20.000 millones de euros en el déficit del Estado.
Un rumbo pensado
Las próximas elecciones quedan muy lejos. Si algo diferencia a Mariano Rajoy de los anteriores presidentes es la experiencia política. Con la excepción de Leopoldo Calvo-Sotelo, que había sido ministro, el actual jefe del Ejecutivo tiene la enorme ventaja de alcanzar La Moncloa con una edad y una experiencia de Gobierno que no han tenido ninguno.
Tiene unos diez años más que los anteriores y ha sido vicepresidente durante tres años, ministro por otros siete —de cuatro Ministerios distintos—, ha presidido Consejos de Ministros, comisiones delegadas de asuntos económicos, comisiones de secretarios de Estado y subsecretarios... La gestión de lo público no se aprende en la universidad, sino con la propia experiencia. Sabe, así, que en la dimensión política el tiempo es fundamental y su horizonte temporal es dilatado. Lo suficiente para poder trabajar.
El paro, realidad dramática
No es el coste electoral lo que le preocupa sino haberse tenido que salir de un rumbo que tiene muy pensado, desde hace muchos meses, con sus colaboradores. Y está convencido de la dirección. Su clave es generar empleo. A pie de calle, para profanos, lo repite como un mantra: «Si hay mucha gente trabajando, hay mucha gente que paga el impuesto de la renta y que consume y, por tanto, que paga IVA e impuestos especiales. Y esa gente cotiza a la Seguridad Social y genera más dinero y, por tanto, se pueden mantener el sistema de pensiones, el sistema sanitario público y gratuito y el sistema educativo: es decir, el Estado de Bienestar».
Tener que subir el IRPF no ayuda. Las circunstancias son muy graves y van a serlo más aún. Su ministro de Economía le anuncia que en 2012 se va a producir una fuerte destrucción de empleo: de más de 600.000 puestos de trabajo. Y por encima de estrategias, los 5,5 millones de parados de España no son una cifra sino una «realidad dramática», dice uno de sus allegados. Es su principal preocupación, «la de cualquier presidente del Gobierno. Ver mes a mes que el paro ha crecido», apunta.
Pero Rajoy ha pasado estos últimos ocho años «muy a pie de calle, recorriendo España», como él dice. Y, tras años de prosperidad, «ver a abuelos que están recibiendo a hijos y nietos, sosteniéndose con una pequeña pensión. Jóvenes que quieren trabajar y no tienen trabajo, que protagonizan un fenómeno de inmigración cualificada, es algo que necesita cambiar», indica otro de sus leales. Todo lo que ha decidido hacer tiene como leitmotiv conseguir que esta realidad mejore. «Se daría por pagado si cuando dejara el Gobierno el paro estuviera mejor que cuando llegó», asegura.
Mandar en el euro
Crear empleo no es inmediato. Requiere que España vuelva a crecer y para ello hay que generar confianza en el exterior. Europa es el principio. Si el Santo Grial durante el Gobierno de José María Aznar fue entrar en el euro, en el Ejecutivo de Rajoy es mandar en ese euro. El presidente quiere que España forme parte del club de decisión de la Unión Europea. Que dé instrucciones en lugar de recibirlas.
Acaricia esta aspiración, sobre todo, por las mañanas, mientras camina. 50 minutos. Cada día madruga para hacerlo. Desde que es presidente ha tenido que cambiar su salida matutina por una cinta de andar. Son razones de seguridad y también de tiempo. Camina frente a un televisor en el que sintoniza informativos extranjeros, normalmente franceses o británicos, «porque así te das cuentas de la realidad», ilustra a sus amigos. Le sirve para relativizar los debates domésticos. Para constatar que España ha perdido la primacía y aspirar a recuperarla.
Las reformas, el reto
Dicen los que le conocen que si algo no tiene Rajoy son ensoñaciones. Sabe que no lo tiene fácil. El Gobierno anterior dejó como legado la desconfianza total de Bruselas y los socios comunitarios hacia Madrid. Muchos dirigentes no conocen personalmente a Rajoy y él sabe que la gran duda en Europa es si de verdad será capaz de acometer las reformas necesarias. Le ha ayudado el Congreso de Marsella, celebrado por el Partido Popular Europeo a primeros de diciembre. Asistió como presidente electo, no investido aún, pero en la cena que abrió el cónclave departió con la canciller alemana, Angela Merkel, y el primer ministro francés, Nicolas Sarkozy, los más influyentes en Europa. Conocía a ambos y tanto ellos como los otros veinticuatro políticos allí reunidos se llevaron la impresión de que Rajoy es un presidente «cumplidor de su palabra», comentan fuentes comunitarias. Ahora necesita demostrarlo.
La batería de medidas que ha lanzado el 30 de diciembre es sólo el inicio. En un calendario imposible —menos de cien días— ha decidido poner en marcha más reformas que las que llevó a cabo el anterior equipo de Gobierno en casi ocho años. Y hacerlas todas a la vez. «Es la forma de darle la vuelta a esta situación», justifica.
Calendario en orden
Han pasado 94 días desde que fue investido. Los que antes le acusaban de perezoso o incluso vago le tachan ahora de hiperactivo. Sus amigos no le definen ni como una cosa ni como la otra. «Ni se crece en la victoria ni se hunde en la derrota», dicen de él. Es persistente, constante, regular. Empezando por el control del déficit, siguiendo por la reforma laboral, continuando por la reestructuración del sistema financiero y terminando por medidas para paliar los efectos de la crisis, Rajoy ha cumplido su calendario. Hubiera sido complicado sin Soraya Sáenz de Santamaría, su vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz. Todo en uno. Tanto le vale por su trabajo de puertas para adentro como de puertas para afuera, dando la cara por sus reformas.
Pero no está siendo un camino de rosas. «Todo el mundo sabe que hay que reducir el gasto público y todo el mundo le pide al Gobierno que lo haga pero a casi nadie le gusta que le afecte a él, personalmente, o a su sector», confiesa. Aquí es donde ha tenido que demostrar su capacidad de liderazgo. «La ha demostrado», asevera uno de sus colaboradores más cercanos. ¿Dudaba de que la tenía? «En absoluto, él siempre ha estado convencido de sí mismo y de su proyecto, por eso, siguió adelante en 2008. Si hubiera vacilado, no hubiera continuado», manifiestan.
Un hombre de pactos
Su primera reforma estructural ha sido la Ley de Estabilidad Presupuestaria. En enero. Su objetivo final es que las comunidades y los ayuntamientos controlen también sus gastos. Le ha seguido la reforma laboral. Y con ella, el próximo jueves habrá una huelga general en España. Un paro que no se entiende en Europa por el escaso margen temporal que se ha concedido al nuevo Ejecutivo. «El Gobierno de Portugal ha reformado el mercado de trabajo de forma mucho más agresiva y el sindicato equivalente a UGT ha pactado con el presidente entendiendo la situación del país. En Irlanda ni siquiera ha habido una huelga. Y en España no han pasado ni cien días y ya se ha convocado», cuestiona un alto funcionario de Bruselas.
Sus allegados aseguran que Rajoy «es un hombre de pactos por naturaleza. Buscará acuerdos en las Cortes aunque su absoluta no se lo exija». Con los sindicatos no lo ha logrado. Los representantes de los trabajadores le acusan de no haber dialogado y de devolver los derechos de los empleados al siglo pasado. Él piensa que no toman conciencia de la realidad y que solo persiguen retroceder al statu quo de 2009. Está convencido de que la actual regulación del mercado laboral es una de la causas por las que España es el país de la UE en el que más creció el paro en estos últimos años. Y tiene la convicción de que la reforma laboral que ha planteado es lo que necesita el país.
Mucho camino pendiente
Sin embargo, la que él mismo define como una reforma «capital» no es ésta sino la reestructuración del sistema financiero. Es la que más ha impresionado en Europa. Con ella pretende sanear los balances de las entidades financieras, reorganizar el sistema y lograr que queden menos entidades pero más fuertes, «que no generen dudas, no creen problemas y den crédito a aquellos que tengan iniciativas», ambiciona.
Pese a su dureza, su paquete de reformas también tiene una cara amable. La que se dirige a paliar los efectos de la crisis o evitar que se vuelvan a repetir, como el plan de pago a proveedores, el mecanismo de protección para deudores hipotecarios sin recursos o la nueva legislación de transparencia administrativa. «Le está echando todas las horas del mundo», atestigua quien trabaja codo a codo con él. Y más que le queda por delante. El presidente del Ejecutivo va a continuar su camino acometiendo las reformas de la administración, el sector energético, la Justicia o la educación. Y revisará la financiación de la Sanidad. «Esta va a ser la legisltura de las reformas», ha prometido.
Gracias a todo eso, Rajoy es hoy un jefe de Gobierno «bien valorado por otras administraciones europeas, bien considerado», sostiene un alto diplomático alemán. Europa le ha depositado una confianza que no logró el anterior Ejecutivo y que no han obtenido otros mandatarios comunitarios. «Se ha visto en el oxígeno concedido al déficit de este año», subraya. «Lo que dice lo hace y eso está prendiendo entre los líderes europeos que saben que es muy difícil llevar adelante un fuerte plan de reformas», secundan en Bruselas. Ahora España puede hablar de otra forma en Europa. Camina hacia los circuitos de mando. Empieza a ser fiable, de nuevo.